CARTAGO NOVA

Estaba rebuscando temas en el buscador Google, el que recomiendan los clásicos, los que van a dormir de vez en cuando a su sillón y le hacen la transferencia puntualmente desde la Academia, que no se haga caso de él y que es mucho mejor el tradicional silencio académico de una España muda, de una Cartagena muda intelectualmente, pero muy activas a la hora de comentar razias políticas.

Y claro, no ha dejado de sorprenderme que entre las localidades españolas, entre las ciudades de la Península Ibérica, bajo el epígrafe de Ciudades de la Antigua Roma en España, figura la de Cartago Nova, tal y como si don Miguel de Cervantes el día que escribió aquello de: “A los que de Cartago dieron nombre…” no se hubiese tomado las pastillas, o hubiera o hubiese fumado ese día demasiado yerba. O ya empezaba a funcionar por aquel entonces el más que famoso “barrigueo” cartagenero, y que en vez de sí mi comandante, sí mi monseñor, fuese sí mi jefe de legión.

Como en natural, no aparece en la citada relación el nombre de la ciudad de Murcia, porque, a todos los efectos, seguro que alguien de nuestra capital que viera que los romanos intentan apoderarse del topónimo de Murcia, habría intervenido cara a Google o cara a lo que sea, para dejar las cosas históricas lo más cerca posible de como realmente acontecieron.

Cartagena es diferente; Cartagena que con su barrigueo habitual a un asentamiento humano lo llama ciudad y lo cronometra como tal, continuamente incluso se echa tierra histórica encima cuando presume de ser un asentamiento humano de tan solo tres mil años, cuando, en nuestra actualidad, en Filipinas, el Hombre que se denomina del Collao, están denunciando sus restos que nuestra presencia en el planeta se pierde en más de sesenta y cinco millones de años, y se va, por tanto, más lejos del túnel del tiempo trazado por descuidos históricos como el acontecer diario cartagenero.

Los herederos políticos del imperio romano, el clero vaticano, de tanto arraigo en Cartagena al mismico estilo imperial, se sentirá en extremo dichoso con una desinformación aportada a la crónica de esta magnitud, que tira por tierra muchos renglones de la crónica que habla de que la Cartago (sin leches de haches intercalada, porque entonces habría que pronunciar Carzago) africana, fundada sobre el año quinientos antes del año cero de la cuenta del tiempo vaticana, la que nos rige, y si la madre no ha cumplido como ciudad tres mil años, la hija, Cartagena, mucho menos; al margen de ese pequeño detalle, toda nuestra historial local hay que corregirla y pensar y tomarse más en serio la historia verdadera alejada de sectas y barriguismos cartageneros.

Si Cartagena, la Nueva Cartago, le debe su nombre a los Romanos; si las gentes, esta sociedad que ha demostrado estar más deshumanizada de lo que presumía, que con su incultura es llevada y traída por sectas organizadas bien religiosas o de las otras, dentro de unos años, cualquier tratadista que resucitara y viera un tratado de Historia, no se moría otra vez del susto, no; porque todo apunta, empezando por Colón que lo tuvo la crónica de los herederos imperiales romanos más de doscientos años en el olvido, que Iberoamérica, pasó a llamarse Latinoamérica; y que un dialecto italiano como lo era el Latín, una lengua muerta que nadie la mató y se murió sola, pasó a ser la madre de todas lenguas españolas.

Todo, absolutamente todo, apunta a que lo cómodo, lo masticado, socialmente se nos va a atragantar, como a los pavos el amasijo en diciembre.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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