LA SANIDAD PÚBLICA, Y LA SANTIDAD PRIVADA

LA SANIDAD PÚBLICA, Y LA SANTIDAD PRIVADA

Cuando he salido recientemente del hospital Santa Lucia, de la mejor seguridad social del mundo, alquilado, fruto maduro y podrido de los chanchullos impunes en la cortijá murciana con los amichis del partido popular y de los curas a precio de hotel de superlujo, me sorprendió una vez más, favorablemente, la excelente profesionalidad y el exquisito trato que nos dispensan a los enfermos unos grandes profesionales de la medicina.

Atendido de un modo superior que da una grata sensación de sentirse en buenas manos profesionales, la Unidad de Hemodinámica y Cardiología Intensiva, coordinada por el doctor Gascón Pérez, y los doctores Ramos y Consuegra, y todo un equipo de gentes precisas y preciosas en lo profesional y en el trato al enfermo.

Y al margen de todas las sensaciones que se viven estando en sus manos, personalmente me llega a la mente una dominante, y es que un servidor prefiere la presencia de profesionales de su ciencia, a todos los padres santos, obispos, cardenales, capellanes y coadjutores, más vírgenes milagreras de las que las hay a millones por el mundo, a las que, fuera de toda lógica elemental, se le llena de joyas y millones por sus acólitos, al tiempo que nada estamos haciendo en favor de la ciencia médica, o muchos menos de los que deberíamos de hacer.

El curar al enfermo, que lo pregonan en sus mandamientos los de la “santidad pública” impuesta a base de miedo, oportunidad laboral, y demás oportunismos sociales, no se conoce de ningún caso que haya solucionado ni una simple torcedura de tobillo.

Y, sin embargo, resulta humillante para la ciencia y los excelentes profesiones del hospital de Santa Lucia, de Cartagena, que en su fachada haya ramos de flores en lo que los “fieles”, por puro exhibismo y en contra de la ley por ser un espacio público, lo deberían hacen en privado y fuera del recinto hospitalario; porque parecen indicar que la salud recobrada se lo deben a lo que ellos denominan imagen ¿de qué? y no la ciencia y la profesionalidad imperante dentro del edificio.

Y que cuando estás en sus habitaciones, el trato y dulzura y la profesionalidad fraguada y en formación, en mi caso por parte de la simpática enfermera Esther, y el enfermero en prácticas José Miguel (siento no haberme anotado sus apellidos) te dejan con la boca abierta de admiración hacia unas profesiones que no se llevarán las flores de gratitud de algunos; pero, de otros, mi caso, llegó a pensar que la estupidez humana puede ser infinita cuando se vota y se jalea a partidos políticos y sectas religiosas, que como sus cúpulas tienen ciencias médicas a su disposición, al pueblo le dan palos secos con o sin peluca para que los sane.

En esta sociedad estúpida, medieval, inculta y derrotada que entre todos hemos fraguado y logrado, se está premiando y publicitando continuamente, la inmensa capacidad de sanar y provocar salud, de quienes la veracidad de lo publicitado, debería ser catalogado como publicidad engañosa, y ser algo particular y privado del grupo humano que se sienta feliz y conforme con el hecho que su salud se la lleve los altares y no los hospitales.

Pero, en ningún caso, que fruto de nuestro voto y aplauso, aquellos partidos políticos con mando actual y emergentes en Murcia, que claramente apuestan por la santidad pública y porque la sanidad esté en manos de empresas privadas, que sean abucheados por la calle.

Porque no se trata de nada ideológico; se trata de jugar con avaricia con la vida de los más débiles social y económicamente.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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